Reflexiones acerca del camino

El estar en un año jacobeo, este extendido durante dos por decisión papal, es una buena ocasión para reflexionar sobre la idea del camino y del hombre como un viandante, como un viajero, como un ser siempre en camino hacia la meta, una meta que no es exterior a nosotros mismos ya  que nosotros somos el camino, somos a la vez el caminante y la brújula: el que se mueve y el que orienta la marcha. La peregrinación por el camino de Santiago ha sido desde siempre un viaje iniciático en el que el peregrino además de obtener las indulgencias se sometía a una experiencia crucial en la que se ponía a prueba a sí mismo. La peregrinación era una iniciación, un traspasar un umbral, que suponía un proceso de maduración, de transformación, de conversión, que hacía que el que emprendía la romería no fuera el mismo que el que volvía de ella.

Recordar el camino como institución, como hecho histórico, nos pone también frente al hecho de la herencia cultural, ya que nos remite a un pasado que no solo se inscribe en nuestro presente sino que contiene en sí al futuro que es todavía incompleto. Hay siempre un exceso de sentido en las obras culturales e históricas que no desaparece con las sociedades en las que nació, sino que se mantiene como aspiración, como anhelo, como sueño incumplido, recordándonos que la historia humana, tanto en el nivel personal como en el histórico, no tiene nunca una piedra angular, una clave de bóveda que cierre el arco, y se mantiene continuamente abierta, sin clausura.

El mundo es un laberinto como los que se representaban delante o en el interior de las iglesias medievales y la vida humana es un viaje, un peregrinar a lo largo de caminos siempre abiertos que se bifurcan. Desde el punto de vista existencial el laberinto es una metáfora de la vida humana ya que se presenta como una serie de elecciones inciertas que nos lleva al centro donde hay un gran peligro, un monstruo, la victoria sobre el cual produce una transformación vital. A veces se considera que lo laberíntico no es tanto lo intrincado o dificultoso como la vía de salida y de superación de estas dificultades. En este caso se distingue entre el aspecto objetivo; lo complicado y confuso del mundo, y el aspecto subjetivo que permite al héroe, gracias a su ingenio y sabiduría, la superación de estas dificultades.

La Torre de Babel, Pieter Brueghel el Viejo, 1563: Conexión del mundo con el reino de Dios.

Pero ese viaje que constituye la vida humana no es completamente al azar ya que siempre encontramos en nosotros ‘chispas del fin’, como decía el filósofo de la utopía, Ernst Bloch. Sueños diurnos que guían nuestro deambular. Chispas que son resultado de la fantasía objetiva y no meras ilusiones, que son producto de las potencias, latencias y tendencias que habitan ya nuestro presente, grávido no solo del pasado irredento sino también del futuro entrevisto. Bloch alude al sonido del shofar, el cuerno sagrado de los hebreos, como esa llamada que conecta el pasado con el futuro; que convierte la redención del pasado de los vencidos en una tarea ineludible para nosotros. No todo está perdido: a través del recuerdo y la conmemoración podemos redimir a las víctimas, haciéndoles justicia. Algunas sectas heréticas interpretaron la Torre de Babel no tanto como el intento de alcanzarlos cielos desde la tierra, sino ,por el contrario, como el intento de hacer descender el reino de dios sobre el mundo, transformándolo y redimiéndolo, santificándolo, en suma. Estas sectas milenaristas, revolucionarias, no se contentaban con esperar que el reino de Dios llegara a la tierra sino que se esforzaban en forzar su venida, eran ‘aceleradores del fin’. En este sentido ‘hacer época’ no es mantenerse pasivamente en la cronología, sino precipitar el momento mediante la actividad, colaborar en el proceso de la propia salvación, ayudar al mesías en su obra redentora. Ni qué decir tiene, que esta visión apocalíptica religiosa y mística es recuperada y secularizada por los movimientos revolucionarios desde la Edad Media hasta nuestros días. Ya los románticos alemanes pensaban que todavía no somos Yo, un Yo pleno y liberado, pero podemos y debemos llegar a ser Yo, ya que somos “gérmenes del devenir-Yo” , que es otra manera de decir lo que apuntamos antes: que todos llevamos en nosotros chispas, indicios, gérmenes del fin, es decir anhelos de construir una humanidad liberada de la opresión y la explotación. Ahí reside el potencial liberador de las religiones: en insistir en la idea de que otro mundo es posible; que no estamos condenados a la miseria; sino que podemos transformarnos, convertirnos en hombre libres, que caminan erectos. Que no estamos condenados a huir “antes de que nos disperse el invierno”, como decía el gran poeta reaccionario y decadente Stephan George, sino que podemos mantenernos firmes defendiendo nuestra dignidad. Como nos recuerda un haiku japonés: “la noche acaba/ pero, al alba, /las flores de cerezo/renacen”.

La vida es siempre un éxodo, un salir, un abandonar un lugar de esclavitud en busca de una tierra prometida en la que estar mejor. La constitución antropológica del hombre le impele a salir de su condición inicial, a buscarse a sí mismo, mediante el viaje, es decir, a través de la apertura a lo otro. Madurar es descentrarse, es salir del centro, es convertirse en ex-céntrico. Nuestra propia identidad, contra lo que se suele pensar en una época como la nuestra que busca la pureza y la incontaminación por encima de todo, solo nos viene del otro, de la apertura al otro y de la recepción del otro. Como nos recuerda Machado: “dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre de labios de una mujer, puede ser “. Siempre somos nombrados por el otro y de esta manera nos constituimos. El autoconocimiento exige la salida de sí y la apertura al otro, a lo otro. Solo de forma indirecta, refleja, es posible conocerse: hace falta un espejo exterior para poder verse.

Pero para poder recorrer el camino sin errar nos hace falta un método, es decir un camino (odos) que nos lleve más allá (meta). No es posible alcanzar la verdad sin método, pero hay una pluralidad de métodos, más o menos precisos, más o menos rigurosos. El método es un procedimiento, una serie de pasos a seguir para conseguir la meta, un camino más o menos seguro que nos lleve a nuestro objetivo. Pero el método no está dado de una vez por todas sino que hay que ir perfeccionándolo poco a poco, adaptándolo a las circunstancias. El método es camino en el sentido de la idea sánscrita de panthah, un camino que implica pena, incertidumbre, peligro, que se enfrenta a rodeos imprevistos, que no está trazado previamente, ni tiene un recorrido regular, y que se despliega por un territorio desconocido y hostil.

La vida es siempre, pues, un caminar, un éxodo, (un salir), con método, (medio para ir más allá). El éxodo alude a la partida de un lugar de esclavitud en busca de una tierra prometida. Dicha noción está ligada a la idea de exilio y de desierto. Hay que abandonar la propia tierra y disponerse a cruzar el desierto.  La idea de éxodo está ligada  a la conciencia de extraterritorialidad, de línea de fuga, de devenir, de búsqueda de lo nuevo. Huimos del faraón que nos esclaviza, pero para llegar a la tierra prometida hay que cruzar el desierto. Egipto es “la casa de la servidumbre”, pero siempre se plantea el dilema que hace a algunos decir. “mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto”. La lucha por la libertad entraña riesgos, y a veces es más cómodo doblegarse que luchar. La servidumbre voluntaria siempre es una alternativa. La liberación implica una cierta confianza en la victoria, aunque ya no haya un Yahvé misterioso que establezca una alianza con el pueblo, le prometa la tierra de leche y miel, le envíe el maná y, sobre todo, le guie de día con su nube y de noche con la columna de fuego.

Como todo viaje la vida tiene un punto de partida y unos parajes por los que hay que pasar necesariamente y eso hace que dicho viaje no esté completamente indeterminado. Como en el ajedrez cada jugada condiciona las siguientes y encada presente gravitan los infinitos pasados transcurridos que condicionan y limitan los futuros posibles. Cada instante es importante porque, como decía Walter Benjamín, puede ser “la pequeña puerta por la que entre el mesías”, el escenario en el que surja la novedad, lo inesperado. Cada instante es el instante de la decisión, de la apertura a lo inédito. El futuro no está completamente abierto sino que se da necesariamente en un ámbito determinado, en un campo de posibilidades no infinito. Cada bifurcación genera un conjunto determinado de posibilidades futuras y cada elección es importante ya que tiene consecuencias. La libertad engendra necesidad: las elecciones libres que se van concatenando y articulando entre sí generan estructuras que condicionan las futuras decisiones. Las estructuras son el producto de decisiones libres anteriores que condicionan el campo de posibilidad en el que se vana dar necesariamente las decisiones futuras. Las estructuras son productos de nuestras acciones libres, en ese sentido no son necesarias de forma inexorable, podían haber sido de otra manera, pero una vez que se han condensado generan una cuasi-necesidad para las acciones futuras. Nuestra libertad se despliega en un campo marcado por la necesidad, necesidad relativa, contingente, pero condicionante en cada momento concreto de nuestras acciones. Se da,pues, una relación retroactiva entre libertad y necesidad: el origen es la libertad, pero el juego de las diversas libertades va engendrando necesidad. Viceversa, la necesidad en cada momento no es absoluta, siempre hay resquicios, más o menos amplios, para ejercer la libertad.

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