Vota al muñeco

La peluca de pelo natural bien fijada, las articulaciones engrasadas, la ropa impecable, tan sólo falta que se seque la fina capa protectora aplicada a manos y cara. Más tarde vendrá la prueba más comprometida: la de los chips que transmiten a la piel artificial de las manos y los rasgos faciales palpitaciones que imitan a las de un organismo vivo. El equipo está satisfecho después de que una delegación del partido haya sido incapaz de distinguir al muñeco del candidato, incluso el responsable de campaña ha visto mejor al primero.

Hace años que a las elecciones generales se presentaban candidatos biónicos. En todos los partidos, los aparatos proponen un perfil que la corte de barones se encarga de diseñar a partir del estudio de los metadatos compilados por bots en redes sociales y por las cookies insertadas en todo tipo de páginas y portales de internet. La implementación del candidato final es producto de la sinergia derivada de la interacción entre la secretaría informática, la secretaría de comunicación y los diferentes lobbies donantes de cada partido.

La resistencia de los supervivientes políticos de la transición, momias de mucho peso aún en el siglo XXI, es grande al desconfiar de una tecnología que desconocen. En dos lustros, los resultados del método algorítmico han disipado dudas al ver que candidatos mediocres, con dificultades para pensar y carencias comunicativas, ganan comicios en el mundo (Trump, Bolsonaro, Melloni, Milei…) y en España (Ayuso, Almeida, Feijóo, Rueda…). Desde entonces, la fabricación de androides electorales es prioridad absoluta para los partidos.

La vieja política se ha rendido a la evidencia. La Inteligencia Artificial, muy superior a la humana, baja a mínimos su potencial para adaptarse a la demanda del electorado de la generación Y y de la Z, con mensajes miméticos de la banal superficialidad del reguetón y apoyados en un potente aparato publicitario. Sencillos ripios pegadizos de colegio, “Que te vote Xapote”, y picardías adolescentes, “Me gusta la fruta”, bastan para atraer el voto de una sociedad infantilizada y entregada al consumo impulsivo sin análisis ni reflexión.

Al excesivo uso del infantilismo, los metadatos aconsejan añadir letales dosis de crueldad que unen las pulsiones infantiles y juveniles al sectarismo ideológico de las nostalgias autoritarias, recuperando así viejos instrumentos de odio para la dominación como el machismo, la misoginia, la homofobia, el racismo, la aporofobia o el pensamiento único. El mundo vota tiroteos indiscriminados, feminicidios, acoso y agresiones a homosexuales y a extranjeros, muertes en el Estrecho, censura en la cultura o genocidios como el de Gaza.

Tal vez se trate de una premonición ignorada de la degradación electoral y social el hecho de que durante 40 años se haya votado y se vote indistintamente al PP y al PSOE, dos formaciones de acreditado currículum corrupto y notable desprecio a las necesidades de sus votantes. 40 años en los que ha desaparecido la prensa ética e independiente casi totalmente. 40 años en los que la Justicia ha desempolvado su vieja práctica inquisitorial y sus varas de medir. 40 años para sumar en el olvido a los 40 anteriores, y van 80.

Los muñecos electrónicos del PP sacan ventaja a los del PSOE gracias a la experiencia adquirida de las enseñanzas de Steve Bannon que Miguel Ángel Rodríguez ha rentabilizado para Ayuso y, por extensión, todo el PP. Se mueven como pez en el agua entre logaritmos, con una legión de troles que aplican el viejo decálogo de la manipulación escrito por Joseph Goebbels. Viejas y nuevas tecnologías coinciden en fines y logros: manipular y conseguir votos para sus marionetas. Con Rueda, muñeco inacabado, lo han vuelto a conseguir

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