Calor y sequía

El río Dílar es uno de los muchos ríos y afluentes que componen la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Nace en el corazón de Sierra Nevada. Por su parte alta trascurren algunas de las mejores pistas de la estación de esquí que allí se ubica. Pero también de dicho río cogen aguas para riego hasta seis municipios, y agua de consumo humano cinco. En la cabecera de este hay un pequeño embalse construido hace unos cuantos años en el propio nacimiento. Y a lo largo del mismo, también hay una central eléctrica que mueve sus turbinas con agua canalizada de este río.

En una reunión de trabajo en la sede de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir en Granada, se mostró una tabla de los caudales estivales de este río desde 2013. La visión de esta era muy didáctica, pues la tendencia era descendente en todos estos meses, hasta niveles alarmantes. Un ejemplo. Mientras que a mediados de julio en 2013, el caudal medio superaba los 200 litros/seg; en el mismo mes de 2023 no llegaba a los 50 litros/seg. En estas circunstancias, para mantener la vida en el caudal del río y hacerla compatible con el riego tradicional, se imponía el establecimiento de un caudal ecológico mínimo, de obligado cumplimiento.

Por cierto, el caudal ecológico se regula en el Real Decreto 638/2016, que modificó el Reglamento del Dominio Público Hidráulico de 1986, en la Directiva 2000/60/CE del Parlamento Europeo, en el Reglamento de Planificación Hidrológica de 2007, y en la propia Ley de Aguas de 2001. Es decir, legislado con gobiernos de todo tipo.Y se define como el caudal mínimo que debe mantenerse en un curso de agua para preservar los valores ecológicos en el mismo, tales como los hábitats naturales que cobijan una riqueza de flora y fauna, las funciones ambientales como dilución de contaminantes, la amortiguación de los extremos climatológicos e hidrológicos y la preservación del paisaje.

Lo anterior ha conllevado que se restringiera el riego, limitándolo a un día por cada una de las Comunidades de Regantes. Y esto ha ocasionado un gran malestar entre los campesinos, que han visto cómo se secaban sus plantaciones. También han surgido los típicos salvadores, que normalmente suelen ser negacionistas del cambio climático, y que acusaban al Ministerio de Transición Ecológica de provocar la sequía de forma artificial, para entregar el agua a los grandes fondos financieros que hay detrás de los denominados Bancos de Agua. Claro, decir esto en medio de una masa de gente enfadada por perder sus cosechas, puede provocar cierto desconcierto.

Pero, ¿qué factores influyen en el clima? Los dos factores más importantes que determinan el clima de una región, según los expertos (G.Tyler Miller), serían la temperatura y la cantidad y distribución de las precipitaciones. Ambas se producen fundamentalmente por la forma de circular el aire sobre la superficie de la tierra. Y estos patrones de circulación del aire se determinan por una serie de factores naturales, como la variación a largo plazo de la cantidad de energía solar que choca con la Tierra, el desigual calentamiento de la superficie de la Tierra, los cambios estacionales debidos a la inclinación del eje de la Tierra, el giro de la Tierra sobre su eje o las propiedades del aire y del agua. Aunque, también se producen por otros factores, como el maquillaje químico de la atmósfera. Esto es lo realmente significativo.

Es decir, pequeñas cantidades de dióxido de carbono y de vapor de agua, o trazas de ozono, metano, óxido nitroso, hidrocarburos clorofluorados y otros gases de la troposfera “juegan un papel importante en la determinación de las temperaturas medias de la Tierra y de sus climas”. Estos gases, conocidos como gases de efecto invernadero actúan igual que los paneles de cristal de un invernadero, dejando pasar a través de la troposfera la luz, la radiación infrarroja y parte de la radiación ultravioleta del sol. La superficie de la Tierra absorbe gran parte de esta energía solar. Parte de este calor se escapa por el espacio y parte es absorbido por las moléculas de los gases de efecto invernadero, calentando el aire; y parte vuelve atrás, hacia la superficie de la Tierra. Esto es el efecto invernadero.

Aunque el principal gas captador de calor en la atmósfera es el vapor de agua, como su concentración en la atmósfera es bastante alta, las aportaciones de vapor de agua debidas a las actividades humanas producen un efecto pequeño sobre este efecto invernadero químico. Sin embargo, como la concentración de dióxido de carbono (CO2) es muy pequeña (0,036%), una aportación grande de este gas procedente de las actividades humanas puede afectar significativamente a la cantidad de calor captada en la atmósfera. Este es el problema del cambio climático, pues los niveles atmosféricos medidos de estos gases de efecto invernadero han aumentado sustancialmente en las últimas décadas, debido a la quema de combustibles fósiles, agricultura, deforestación y empleo de carburos clorofluorados(CCF). De todos, el dióxido de carbono (CO2) es el gas de efecto invernadero más importante producido por las actividades humanas, al ser el responsable del 50-60% del calentamiento global. Gran parte de CO2 procede de quemar carbón, pero un creciente porcentaje proviene de los tubos de escape de los vehículos a motor. Y esto está causado por solo un centenar de contaminadores (Michael E. Mann en “Resistirse al nuevo negacionismo”), entre los que se encuentran las grandes petroleras, que financian a la mayoría de los negacionistas, incluso algunos científicos.

Por tanto, es necesario comprender que con el aumento de la temperatura, el mundo suda más. El aire exige agua de la superficie, que cede su humedad al sediento cielo. Por eso, cuando llueve, cae un aguacero y provoca inundaciones (Kate Marvel en “Sequías e Inundaciones”). El equilibrio del agua lo estamos rompiendo con las emisiones de gases de efecto invernadero a un ritmo alarmante. Esto es lo que hay que frenar con acciones decididas y contundentes de los gobiernos y los ciudadanos, si queremos seguir habitando este planeta.

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