Derecha monolítica y dispersa izquierda

En los paisajes de la Historia destacan, inamovibles, firmes ante erosiones y agresiones, los monolitos, moles durísimas y resistentes, siempre facturados en ciclópeas piezas de un mismo material, sólida piedra granítica. Resisten el paso del tiempo inmunes a su efecto devastador, indemnes ante las humanas mudanzas de ánimo y voluntad, y muchos se han convertido en iconos de seres superiores o se han erigido en su honor.

Quienes entienden de fervor popular y conocen los temores, turbaciones y desasosiegos del ser humano, saben de su querencia por símbolos, imágenes y doctrinas que, con firmeza, alejen los miedos de sus vidas y consuelen sus pecados. Toda tribulación exige un monolito al que implorar, un dios al que rezar que, siendo dios único y único pensamiento, garantice resultados de cara al pastoreo de tan timorato rebaño.

Por tradición, cultura, ideología o lo que cada cual prefiera, el monolito acaba agregando a su pesada masa fuerza y poder. Es, además, impermeable a formas de competencia que pregonan la diversidad, la creatividad o la solidaridad como señas de una identidad alternativa humanista, autónoma e igualitaria. Estas ideologías, que a cientos surgen, quiebran y naufragan al topar con el monolito, iceberg ideológico del sistema triunfante.

Los planos y los planes de los monolitos son diseñados por especialistas de las religiones que en el orbe son y en la Historia han sido. Siglos de experiencia en domeñar pueblos han sido aprovechados por reyes y gobernantes de toda laya, beneficiarios del omnímodo poder que otorgan creencias y supersticiones. En la Europa occidental domina el monolito liberal católico, erigido sobre la muy robusta base de la cruz y la espada.

En indisoluble matrimonio unidos, César y Dios ocupan la cúspide del monolito neoliberal, huidizo golfo bribón que reniega del cristianismo y trampea la economía de mercado. La ideología neoliberal es una unidad de destino en lo universal acatada en España sin fisuras por toda la derecha cuando de embestir se trata. En cambio, la izquierda, las izquierdas, unifica en la dispersión su objetivo y su perdición.

Diluida en atomizados ecologismos, feminismos, republicanismos, laicismos, memorialismos y otros “ismos”, la izquierda, las izquierdas, estrella sus aspiraciones contra una monolítica derecha. Tal dispersión ideológica, sexo angelical vana y largamente debatido, es en provecho de una derecha a la que no hacen mella el cincel de la corrupción sistémica, ni el martillo de las privatizaciones, ni la maza de la involución.

La primera década de la transición transcurrió con cierta unidad de acción de la izquierda que mantuvo a la derecha alejada del poder y al franquismo, que es lo mismo, en el armario ideológico. Felipe González propició la diáspora de la izquierda, usurpando este espacio, tras acordar la alternancia con el PP bendecida por el rey: Régimen corrupto del 78. Desde entonces, en la izquierda, en las izquierdas, debate su propio tema cada orate.

Tiemblan razón y esperanza con cada convocatoria de manifestación o concentración, a horas diferentes en distintos lugares, donde es hábito descorazonador hallar menos asistentes que convocantes, aunque provistos de cuchillos y navajas para apuñalar espaldas. En redes sociales, empeora el panorama. Estas absurdas, infantiles y estériles pendencias apartan a la izquierda, a las izquierdas, de su histórico reto: la lucha de clases.

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