Entre el paraíso y el naufragio: cómo generar devenires revolucionarios

En recuerdo y homenaje al capitán Salgueiro Maia protagonista clave del 25 de abril portugués que, frente a nuestra pacata y alicorta transición, sí supuso un verdadero cambio.

La conmemoración del cincuenta aniversario de la Revolución de los Claveles puede ser una buena ocasión para volver a reflexionar sobre el concepto de revolución y su posible operatividad en la actualidad. Felipe González Vicen, ya en los años treinta, definía la revolución como una ruptura violenta y fuera de la legalidad que se da entre el pueblo y el orden jurídico que lo estructura como consecuencia de  una relación contradictoria entre ambos  y con el objetivo de construir un orden jurídico nuevo. Esta definición destaca un elemento clave en la noción de revolución: su carácter de acontecimiento inédito que interrumpe el tiempo histórico e introduce un novum. La idea de revolución ,pues, supone la inserción de un tiempo nuevo en el continuo del tiempo histórico. Ese tiempo nuevo era para Walter Benjamin el tiempo mesiánico que prometía la redención, la salvación, como acontecimiento definitivo que concluye la historia y produce la felicidad. Esta concepción religiosa de la revolución, entendida como una secularización de la redención religiosa es la que actualmente tiene más dificultades para ser aceptada. En esta concepción tradicional la revolución se presenta como un mito unificador, como la alusión a una totalidad ausente capaz de unificar la fragmentariedad de lo real.

La revolución como “viaje al paraíso”, como “el logro de otro estado”, como plenitud, como totalidad conclusa, es ya imposible en un tiempo como el nuestro caracterizado por la fractura y la carencia, por una vida que no conoce ya unidad alguna sino que se muestra como fragmentaria, molecular,  múltiple, indeterminada, plural y llena de matices, como una dispersión abierta de manera indefinida, como siempre carente de ese pequeño trozo que cierre el circulo roto de la totalidad, como nos recuerda  Robert Musil. El sujeto en el presente se disgrega en una multiplicidad sin centro unificador , en un imaginario punto de encuentro de lo impersonal, en un devenir anónimo, en una mecánica impersonal anónima y fluctuante. La labilidad de lo real exige que la realidad sea tratada como “una tarea y una invención”, expresada más en subjuntivo, el tiempo de la posibilidad, que en indicativo, el tiempo que afirma las cosas de manera definitiva y absoluta. Nuestra situación actual  muestra el naufragio de la civilización occidental ,de la Kultur burguesa clásica, lo que entraña la ruptura consciente  con el determinismo mecanicista en la ciencia, y con la representación naturalista en el arte. Nuestro  pensamiento actual ha de concebirse como un ensayo, como un pensamiento experimental y probabilístico, abierto  a lo posible y apoyado en el principio de indeterminación, como nos recuerda siempre Cacciari. Es esta apertura la que permite la recuperación de los pasados olvidados y derrotados que permanecen como virtualidades, como semillas y aperturas creativas a un tiempo, no tanto futuro sino “por venir” ,en el que pueda surgir un pueblo no dado de antemano, no portador de una identidad fija e inamovible, sino un pueblo siempre por venir, esbozado más como un anhelo, una tarea, un proyecto, más que como un dato fijo del que partir.

La historia no tiene por componentes últimos datos sino hechos, es decir acciones humanas, individuales y colectivas, que obedecen a un proyecto,  a un diseño, a una construcción imaginaria portadora de nuestros anhelos. La ruptura con la  concepción causalista , rígidamente determinista, de la realidad hace que más que desentrañar el futuro, lo que ha de ser, se trate en la historia de construir el por-venir a través de la imaginación creadora y la práctica transformadora.

Esta concepción de la realidad como probabilística, como abierta al azar, permite recuperar liberándolas de su ganga teológica algunas de las intuiciones que Walter Benjamin desarrolló en sus Tesis sobre el concepto de historia y el tiempo histórico. En ese sentido se puede afirmar, como hace nuestro autor en la Tesis XVIII, que no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria; lo que supone una idea del presente como ese tiempo- ahora en el que están incrustadas astillas del tiempo mesiánico; es decir, virtualidades que pueden romper la continuidad muerta del tiempo histórico cíclico y repetitivo , permitiendo que la época pueda entrar en constelación con otra determinada época anterior. El tiempo abierto a la novedad es un tiempo no continuo que presenta la posibilidad de establecer constelaciones entre épocas distintas frente al tiempo continuo y uniforme del historicismo que se limita a establecer un nexo causal ente diversos momentos de la historia. Cada segundo es la pequeña puerta por la que puede entrar el Mesías, es decir, surgir algo nuevo que interrumpa el continuo de la historia. Cada época sueña la siguiente y cada época recibe de las épocas pasadas un tesoro de anhelos y esperanzas a las que tiene que responder. Precisamente la tradición sería esa discontinuidad que hace resonar unos acontecimientos históricos en otros, citándolos y reviviéndolos. En ese sentido todas las revoluciones reviven la revolución francesa como el acontecimiento fundante de nuestra época. La tradición  se presenta como el discontinuum de lo que ha sido en oposición a la historia como el continuum de los acontecimientos. La relación del antes con el ahora puramente temporal es continua, mientras que la relación del pasado con el presente es dialéctica, a saltos. El presente como tiempo-ahora se muestra como catástrofe, como aquella discontinuidad capaz de generar nuevas formas. El mesías, como expresión de lo radicalmente otro, no  aparece al final de un desarrollo continuo, sino que el mesías interrumpe la historia. Frente al principio aditivo del historicismo el materialismo histórico se basa en un principio constructivo, monadológico, capaz de construir una mónada como constelación de la época presente con una época pasada. Constelación histórica como mónada que salta del continuo de la historia e introduce la novedad. En la época histórica concebida como mónada se reconoce el signo de una interrupción mesiánica del acontecer, es decir de una oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido.

Entre la Revolución entendida como vuelta al Paraíso y la constatación del naufragio, la tragedia, el apocalipsis de nuestra época, se trata de plantear cómo generar devenires revolucionarios, líneas de fuga, que escapen a las constricciones del capitalismo actual y que permitan albergar alguna esperanza por tenue que sea, esperanza que, como muy bien supo ver Schopenhauer ,ha de estar siempre sopesada por el pesimismo. Ya Benjamin denunció que nada había sido más perjudicial para el movimiento obrero que la idea, alimentada a la vez por la socialdemocracia y el estalinismo, de que tenían  a su favor el movimiento de la historia. Como bien supo ver Gramsci el optimismo de la voluntad ha de estar siempre controlado por el pesimismo de la inteligencia. De igual manera, Taine critica del concepto clásico de revolución su fundamento en el cientificismo determinista y en la pureza del clasicismo que desprecia lo singular, lo vivo, en beneficio de principios abstractos. Precisamente el rechazo de la idea de revolución en beneficio de la idea de devenir revolucionario se basa no solo en la aceptación de una noción probabilística de la realidad sino también en la sensibilidad hacia la pluralidad de la vida en todos sus matices y diferencias. La apuesta por el devenir como apertura a la novedad supone la apuesta por la diferencia frente a la uniformidad, por las singularidades frente a los principios abstractos uniformizadores, por lo concreto frente a lo abstracto y universal.

La sociedad como una geografía fracturada en dos partidos irreconciliables y la política concebida en términos bélicos son condiciones de la noción clásica de revolución como acontecimiento que rompe de manera radical con el pasado. Los valores de la revolución ligados al heroísmo y a la fuerza son valores masculinos. El hecho de que el acto de la revolución ha de ser preparado y dirigido conlleva la idea de vanguardia como canalizador del espíritu popular. La revolución oscila, pues, entre Prometeo, como expresión de la autonomía titánica del individuo frente a cualquier ley, de la poesía del corazón entendida como voluntarismo, y Fausto, como expresión de la  reconciliación con la prosa del mundo.

No se trata tanto de postular una revolución trascendente como de captar e impulsar los devenires revolucionarios ya en acto en nuestro aquí y ahora. Se trata de “abrir puertas creativas para poder habitar entre el tópico dogmático y el caos. Generar nuevas posibilidades de vida” . Se trata a la vez de agotar lo posible y de crear lo posible, es decir, a partir de lo posible dado construir un posible por venir.  Se trata de generar un nuevo campo de posibles donde posible no significa algo simplemente .alternativo sino la “emergencia dinámica de lo nuevo”. Se trata de  abrir nuevas posibilidades de vida, nuevas formas de existencia que establecen la diferencia, que suponen nuevas formas de ser afectados, una distribución diferencial de los afectos.  La política en este sentido tiene por objetivo más que simplemente responder a un real ya dado contribuir a fabricar un real nuevo, inédito. Estos cambios no son tanto cortes visibles como grietas imperceptibles que producen cambios en nuestros regímenes de deseos, generando  umbrales de disminución de resistencias o  el surgimiento de un umbral nuevo de exigencias, de un nuevo nivel de insoportabilidad frente a lo real. Desde el punto de vista práctico se trata más que de esperar la revolución en tanto que hecho histórico molar y global, de organizar una miríada de máquinas de guerra capaces de establecer devenires nómadas a lo largo de las líneas de fuga presentes en la sociedad que no deja de inscribir surcos y de introducir grietas en el orden social molar y mayoritario y, de esta manera, contribuir a “desestabilizar los poderes establecidos y hacer correr un viento de desterritorialización”.  La minoría no trata de derribar a la mayoría mediante una superación dialéctica sino que se muestra como un devenir, como una variación intensiva que se apoya en la mayoría y que, sin embargo, tiende a trasformar la realidad conformada por dicha mayoría.

Dado que el sentido común representa a la mayoría, hay que crear un nuevo sentido común capaz de hacer justicia a la singularidad irrepresentable de «todo el mundo». «Todo el mundo» es quien deviene, es decir, el que se separa del patrón de medida y, por lo tanto, es una minoría. Si el sentido común es correlativo del modelo dominante, hay que construir un nuevo sentido común que será un ‘parasentido’, un sentido paradójico, un nuevo sentido común referido a una ‘comunidad menor’ formada por singularidades no identitarias que originan devenires revolucionarios en los que “lo importante no son las filiaciones, sino la alianzas y las aleaciones; ni tampoco las herencias o las descendencias, sino los contagios, las epidemias, el viento”. El sujeto revolucionario , multitud formada por singularidades, no tiene una esencia preestablecida, sino que se define a partir de su práctica.

 

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