La política visceral

Un buen amigo define a la situación política actual como “Política visceral”, controlada más por los bajos instintos que por la razón y el posibilismo.

En este contexto se ha producido un crecimiento desmesurado de los movimientos populistas tanto de izquierda, como de derechas. Esto es una mala noticia para la democracia y para la convivencia de la sociedad.

Los populismos, sean de un sentido u otro, se caracterizan por proponer soluciones sencillas, pero generalmente impracticables, a problemas complejos, y siempre mediante la visión unilateral de una realidad compleja y poliédrica. Lanzan mensajes sencillos y directos, atendiendo a los sentimientos de las personas, partiendo de realidades manipuladas y distorsionadas desde posiciones maniqueas y dogmáticas, en las que se arrogan de una supuesta posición moral superior frente al resto de la sociedad que no comparte sus ideas. Solo ellos tienen la razón y la bondad, por lo que tienen derecho a imponer su minoritario punto de vista al conjunto de la sociedad, que en su mayoría está equivocada y están controlados por los enemigos (de la nación o del pueblo, según interese). Recuerdan a la Santa Inquisición, la cual quemaba al hereje para salvar su alma, es decir, lo ejecutaban para su bien, siendo ellos unos “bondadosos” prójimos.

Explotan la frustración del ciudadano descontento con su situación personal, al cual exculpan, culpabilizando de sus problemas a los enemigos que en cada caso interese (la Iglesia, los bancos, la policía, la casta política, los países extranjeros, los inmigrantes, las mujeres, los homosexuales,…). Mensaje a sus potenciales electores: “Pobrecito, eres una víctima de…, pero nosotros te vamos a salvar”. Sin duda, el entorno en donde cada uno vive es un condicionante fundamental, pero la actitud y el esfuerzo con que cada uno se enfrenta a la vida es determinante.

Esto unido al cansancio de los ciudadanos por la corrupción, las trifulcas políticas de la “Vieja Política” o la resolución no completa de muchos problemas (paro, sanidad, educación…), ha potenciado a los populismos.

Son las dos caras de la misma moneda.

En el caso de España, por un lado tenemos un populismo de derechas caracterizado por un conservadurismo nacionalista españolista rancio que sueña con volver a la España de mediados del siglo XX, mientras que el populismo de izquierdas propone imponer modelos sociales y económicos arcaicos (el “socialismo del siglo XXI” lo denominan) que han provocado el hundimiento de numerosos países, o supuestos avances en políticas paralas minorías que pretenden defender (mujeres, homosexuales, inmigrantes, animales,…), con planteamientos pueriles y catetos, que suelen caer en el machismo, la discriminación sexual, la creación de guetos, “humanización” de los animales… Más allá de estos populismos, se sitúan los grupos antisistema de la extrema izquierda y la ultraderecha, que simplemente pretende acabar con la democracia.

El problema es que los partidos políticos tradicionales, por interés electoral para erosionar al contrario, han estado apoyando el crecimiento de estos movimientos populistas, haciendo cuentas electorales para dividir el voto de la izquierda o de la derecha respectivamente.

Además, la propagación de media verdades sobre la gestión del gobierno de turno por parte de la oposición de turno, muchas veces críticas desaforadas, genera en la sociedad una visión de la clase política de inútiles y ladrones, instalando de forma generalizada entre la ciudadanía una percepción distorsionada del funcionamiento general del país, como si España fuera un país corrupto del tercer mundo. Esto es falso. Con todas las disfunciones y problemas que existan, la Administración y los Servicios Públicos españoles tienen un funcionamiento similar al de nuestro entorno, lo cual no es óbice para que pueda y deba ser mejorado.

De cara a las próximas elecciones nacionales y regionales, creo que debemos procurar que los gobiernos no estén condicionados por estos movimientos populistas, apoyando para que obtengan una mayoría suficiente a aquellos partidos políticos moderados del centro izquierda socialdemócrata, centro izquierda andalucista, centro liberal o del centro derecha democristiano.

Las épocas de las mayorías absolutas difícilmente van a volver, al menos a corto plazo, pero se debe de buscar consensos entre las grandes fuerzas políticas para asegurar la estabilidad del país frente a las veleidades de los populistas. Por ejemplo, el acuerdo entre los partidos tradicionales para que gobierne directamente la fuerza más votada sería un buen comienzo.

Sigo pensando que habría que reformar el sistema electoral para implantar una circunscripción única a nivel nacional y regional, de forma que los partidos nacionalistas y provincialistas no puedan condicionar las políticas nacionales y regionales con chantajes.

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