Mujer maldita. Maldita mujer

Anda el integrismo patrio muy preocupado. Sus motivos tiene. No es de recibo contradecir el dogma en un país tan devoto, tan católico, tan mariano como la España que reclama su tradición tabernaria y su cultura cavernaria. »Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la ley» (Deuteronomio 22:13-21).

No se puede consentir que las mujeres exijan (y logren) una igualdad que suponga mermar los privilegios de los hombres, una dignidad que evidencie la indignidad de sus salarios, una seguridad que testimonie agresiones machistas. No se puede consentir que las mujeres se suban a las barbas de los machos. «La mujer y la sartén, en la cocina están bien» o «La mujer en casa y con la pata quebrá» (acervo milenario vigente).

A la imperial tarea de sojuzgar a la mujer dedican sus vidas y sus afanes los apóstoles iluminados del machismo y la misoginia taliban que abarrotan la derecha y la extrema derecha españolas. No conciben mujeres libres. No soportan un mundo sin esclavas. No aguantan que se las considere personas iguales. No renuncian al bulo del pecado original. «La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno» (San Juan Damasceno).

Avergüenza el discurso cómplice con el terrorismo machista de personajes como el beodo M.Á.R., el vago Abascal, el simplón Ortega Smith o el gañán de los Monteros. Y causa pavor que ese machismo asesino se apoye en desgracias como la fantoche Ayuso, la macarra Olona, la repipi Cuca o la negrera Monasterio. «La mujer tiene la naturaleza incorrecta y defectuosa» (San Alberto Magno).

La misoginia es una ideología de gran arraigo en la España negra que se resiste a dar paso a la modernidad y el progreso. Otrora sostenida por el clero, la aristocracia y la burguesía, por una sociedad conservadora, vetusta y demodé, hoy se sostiene en los mismos pilares que antaño, en lo más reaccionario de la sociedad, en una derecha nostálgica de lo más degradado y aberrante de la Historia de España. “El gran problema de la mujer es la misoginia del catolicismo que se enseña a millones de escolares con dinero público” (Juan G. Bedoya. “Ella es el pecado”, El País).

No se comprende tanta incuria en mujeres que votan a estos nocivos personajes. Tampoco el voto de tanto obrero explotado a los representantes de sus explotadores. Ni la militancia de Javier Maroto en el PP. En la barra de un bar hay siempre personas que te lo explicarán en veinte minutos con tres copas de vino. «El mundo que conocemos parece que fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando» (Bertrand Russell).

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