Miedo en el fin del mundo

Las noticias dan miedo, la prensa da miedo, la radio da miedo, la televisión da miedo, las redes sociales dan miedo, España da miedo, Europa da miedo, el mundo da miedo. La oposición al Gobierno pregona miedo como médiums apocalípticos, el Partido Popular porque así cosecha votos, Vox porque es su naturaleza, ambos mediante un indecente abuso de bulos y un abyecto ejercicio de manipulación. Evitar las noticias, huir de ellas, es hoy la alarmante tendencia en alza de un pueblo indignado y machacado.

La gente tiene miedo a la estafa energética, al robo bancario, al fraude del IPC, a la criminal inflación, a la patronal insaciable, a perder la Sanidad, a renunciar a la Educación… pero la intimidan otros miedos utilizados por el neoliberalismo para encubrir el daño que produce. La ciudadanía, mentida y manipulada, vive pendiente, con ansiedad, de triviales tentaciones con tintes bíblicos: “Y éstas son las cosas que el mundo nos ofrece: los malos deseos, la ambición de tener todo lo que vemos, y el orgullo de poseer muchas riquezas” (Juan, 2:16–17).

Tan católicos, tan fariseos, tan meapilas, tan gazmoños, al Partido Popular y a Vox no les tiembla el alma (¿tienen?) cuando mienten con indisimulado descaro y conocimiento cabal del daño general que causan. No les va a la zaga el PSOE, ni la Comisión Europea, ni la OTAN, ni la gran desgracia del mundo que son los EE.UU. No existe en el planeta gobierno que no mienta, como si la mentira fuese condena universal para los casi ocho mil millones de personas que componemos la Humanidad.

Hay días, casi todos, en que la actualidad mundial parece sacada de una apocalíptica profecía de la Biblia. La realidad calca lo escrito por san Mateo (24:6–7): “Y oiréis de guerras y rumores de guerras […] se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares”. A pesar de la evidencia, la mentira oficial de Occidente carga culpas y responsabilidades en China y Rusia, como si las crisis y las guerras no tuviesen nada que ver con el negocio capitalista.

Hay días, casi todos, en que la actualidad doméstica hace dudar de que el ser humano sea merecedor del epíteto Sapiens, sobre todo cuando la mentira se manifiesta en bocas tan mediocres como las de Ayuso, Almeida o Feijóo. La duda no se debe a estos personajes, sino a la penosa masa de gente masoquista que los vota. Es éste un peligro real, una amenaza a la que no se presta la debida atención y que es causa principal de los males políticos y económicos inmediatos que sufrimos: el voto zote, analfabeto.

La gestión del Gobierno de España en estos tiempos de crisis que discurren, aunque manifiestamente mejorable, es objetivo de la mendacidad del PP. No sienten un ápice de vergüenza (¿tienen?) al oponerse absoluta, descaradamente a todo, sin propuestas alternativas, a pesar de que la Comisión Europea (neoliberal como ellos) felicita al Gobierno por su gestión y hasta Alemania o Francia implementan medidas similares. Aunque oculten sus recetas, son conocidas: las sufrió el pueblo en la anterior crisis/estafa.

Con miedo en los bolsillos, con miedo al presente y al futuro, al extraño y al vecino, al rival y al amigo, la ciudadanía se encierra, como moluscos, en conchas monoplaza que el sistema ofrece para refugio ante el Apocalipsis. El aislamiento impide aunar fuerzas y sumar esfuerzos para defenderse del peligro real, del propio sistema, y así nos encontramos con que “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían [ni tienen, ni tendrán] una segunda oportunidad sobre la tierra”. (Gabriel García Márquez, Cien años de soledad).

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