Palabras y realidad

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, hidalgos venidos a menos y personas de toda condición hicieron las Américas en busca de la fortuna que la patria les negaba o protección ante una justicia que les pedía cuentas. Se conocieron como “indianos”. A renglón seguido, la dictadura provocó un éxodo masivo de patriotas a las Américas y a Europa huyendo del exterminio, se les llamó “exiliados» y no volvieron hasta la muerte del dictador. En Europa, muchos de ellos aún sufrieron la persecución y la muerte a manos de otros fascismos.

En los años 50 y 60, la secular situación esclavista del campo, agravada por las políticas tecnócratas del régimen a favor de las élites financieras y empresariales, llevaron a cientos de miles de personas a migrar desde la España agrícola hacia Madrid, Euskadi y Catalunya y desde todo el país hacia Europa y otros destinos del mundo. En muchísimas ocasiones, a los “emigrantes” asentados los seguían familiares y amigos que se instalaron en Terrassa, Zurich o Buenos Aires, en unos casos con papeles y precontrato, en otros a la aventura.

En Democracia, las esperanzas depositadas en las necesarias reformas agraria, ganadera, industrial y pesquera fueron frustradas por las impuestas desde Europa, que condenaron a España a ser un país de servicios enfocados al turismo. La situación hizo que la generación mejor formada de su historia abandonara España en busca de mejores oportunidades y el reconocimiento que la patria les negaba. Una infame ministra llamó “movilidad exterior» a la realidad de la fuga de un talento muy apreciado y aprovechado en todo el mundo.

La sociedad crea condiciones que fuerzan a las personas a abandonar los lugares donde nacieron o donde se establecen, en su mayoría económicas y sus derivadas ideológicas, políticas y bélicas. El desplazamiento de personas suele ser conflictivo por el rechazo a los flujos migratorios en la comunidad receptora que ciertas ideologías promueven, por lo que el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece: “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”.

La palabra “emigrante” ha sufrido un acoso semántico que la ha arrastrado por el lodo de la connotación peyorativa hasta su uso exclusivo en el diccionario del rechazo, la marginación y el odio manejado e inculcado por la extrema derecha. Casi nadie utiliza las palabras “migrante” o “emigrante” si no es para señalar y culpabilizar a quienes vienen a hacer en España lo que los españoles hicieron y hacen en el extranjero. El DRAE define la palabra “migrar” como “Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente”.

Quienes son responsables de estos éxodos, por cuestiones económicas o ideológicas, utilizan palabras para enmascarar la realidad. En los lugares de origen, cuando vuelven los migrantes y su descendencia con motivo de las fiestas o cuando se alude a ellos, se utilizan, “con cariño”, los términos “comeorzas” o “rebañaorzas”. Esta Semana Santa se ha recurrido a una perífrasis para nombrar a indianos, exiliados, emigrantes y a sus descendientes que vuelven al pueblo a darse una vuelta por sus raíces y sus nostalgias.

Llaman “turismo de retorno” a gentes que ya no rebañan orzas porque la acogida que reciben es más material, menos familiar que hace unas décadas. Las familias del siglo XXI habitan viviendas que no permiten hacer apaños por unos días como antaño y tampoco las ganas de hacerlo son las mismas. A quienes visitan hoy sus raíces les rebañan los bolsillos hoteles, pisos turísticos y restaurantes. Si utilizan expresiones en lenguas europeas hallarán admiración, odio si es en euskera o catalán. Como para pensárselo el año que viene.

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