Y el Senador granadino se hizo conocido

He sido candidato al Senado en dos convocatorias electorales y, aunque no sólo por eso, le tengo a dicha institución el máximo respeto. Ello no obsta para que considere que sus funciones, su composición, la forma de elección de sus componentes y algunos aspectos más, se deban reformar y modificar para conseguir que sea lo más parecido posible a una verdadera cámara de representación territorial, en la que los diferentes intereses autonómicos, y también los locales, de tipo político, económico y competencial, fundamentalmente, encuentren su lugar y su mecanismo de expresión, articulación y coordinación. De esta manera, seguramente también se conseguiría que los debates, los acuerdos y las decisiones adoptadas en el Senado alcanzaran mayor grado de conocimiento y seguimiento por parte de la ciudadanía, lo que redundaría en beneficio colectivo.

El caso es que en la actualidad, tanto el Senado en si mismo, como el hecho de ser senador o senadora en España, no goza, precisamente, de muy buena fama. Quizá por el hecho de que el Congreso de los diputados acapara casi todo el foco mediático de la actualidad política, quizá porque el debate principal sobre las iniciativas legislativas tiene lugar en esta Cámara, o posiblemente porque el carácter de cámara de «segunda lectura» le reste protagonismo, el caso, como he dicho, es que nuestro Senado, su importancia y su proyección, no pasan por su mejor momento. Acaso esta afirmación haya que matizarla a la luz de la actual situación política, en la que el PP, en la oposición , goza de mayoría absoluta en el Senado y resulta ya evidente que ese hecho lo va a utilizar para convertir el Senado en un nuevo ariete de desgaste de la acción del gobierno. Puede que estemos ante una insospechada «resurrección» del Senado como lugar de debate y controversia política, y ese hecho, permita la realización de las reformas enunciadas y el dotar al Senado de esas características a las que aludía al inicio de esta reflexión.

Pero mientras ese escenario político se va abriendo paso, de momento se ha conseguido algo llamativo, y es que algunos y algunas granadinas (tampoco una barbaridad, siendo sinceros) y tal vez, algunos ciudadanos de otras partes del país, hayan descubierto el nombre y el timbre de voz de un senador granadino, lo que no deja de ser un logro de cierto calibre. Lograr salir del anonimato en el que parecen estar la gran mayoría de personas miembras del Senado, puede considerarse una actuación remarcable cuanto menos. Desde luego no parece la tónica generalizada. Lo que si puede resultar más llamativo es el motivo de ese seguramente inesperado salto a la fama del nazarí senador.

No ha sido una brillante iniciativa que favorezca algún sector productivo granadino especialmente sensible, o que redunde en su mejora. Tampoco ha sido una incisiva pregunta o interpelación al gobierno que dejara al descubierto algunas ocultas dotes oratorias del mencionado senador, y que sin duda, hubieran hecho las delicias del siempre agradecido público granadino, tan falto de estos incentivos políticos. Ni siquiera se ha tratado de alguna profunda (o al menos no superficial) reflexión sobre, justamente, ese papel del Senado en nuestro marco constitucional, sus competencias sobre la política territorial o las siempre complejas relaciones (sin duda conocidas por el ilustre senador granadino) del nivel autonómico con el nivel local de nuestra administración compleja.

No ha sido por ninguna de esas razones. La actuación que ha provocado ese aumento del grado de conocimiento del senador, ha sido el más tópico, rancio, despreciable y «cuñadista» ejercicio de machismo nacional, trufado de supuesta gracia, e imagino que dirigido no al gran público, sino justamente a esa parte rancia y casposa de la sociedad granadina que sin duda se habrá mostrado encantada de haber descubierto (porque seguramente lo habrán descubierto) de contar entre sus filas con semejante espécimen. Capaz, nada más y nada menos, de calificar de «groupies» a las 4 vicepresidentas del gobierno de España y quedarse tan ancho y, aparentemente, tan satisfecho, de su actuación. Para quien no lo sepa, el término «groupie» es una expresión coloquial que se refiere a quien es fanático o fanática seguidor de un músico o grupo musical, a quienes sigue en todas sus actuaciones, con la esperanza de poder tener relaciones sexuales con el músico. Tal cual.

No merece más comentario. Cualquier atisbo de crítica razonada y argumentada sobre la acción política del gobierno, su presidente o las 4 vicepresidentas que pudiera hacer el senador, queda desacreditado ante semejante barbaridad. Son fechas proclives a que se olvide el calificativo, soy consciente, y seguramente, el ambiente «cuñadista» que nos invade le rebaje la importancia. Para mi, al menos, no lo consigue. De modo que esperemos que quien no conociera al senador granadino, ya lo conozca. Y esperemos que ante tal conocimiento, una importante mayoría se abstenga de votarlo la próxima vez. Es muy lamentable que te conozcan por ser un machista cutre y aparentemente graciosillo.

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