Agua

El Día Mundial del Agua se celebra el 22 de marzo. Es un medio para prestar atención a la importancia del agua dulce y su gestión sostenible. También uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el 6, que reclama agua y saneamiento para todos en 2030. Porque la gestión sostenible del agua genera una gran cantidad de beneficios para las personas y las comunidades, pues a través de estos beneficios se camina hacia la prosperidad y la paz, cuando se practica una distribución equitativa del agua. Es lo que nos recuerda la UNESCO.

Según Greenpeace, el 75% de nuestro territorio es susceptible de sufrir desertificación, el 23% de nuestras aguas subterráneas está contaminada por nitratos y tenemos más de un millón de pozos ilegales que extraen agua de nuestros acuíferos. Por esto, aunque la península ibérica ha sufrido episodios de sequía de forma habitual en la historia, sin embargo, la emergencia climática está agravando el proceso, pues los periodos sin precipitaciones son cada vez más intensos y duraderos. Es la situación actual.

Como ya he explicado en ocasiones anteriores, pero no está mal recordar, en general, la Tierra no fabrica su propia agua, pues simplemente administra y transforma la gran cantidad que le llegó procedente del espacio, cuando se formó. Es decir, el agua, ni se crea ni se destruye, simplemente cambia de estado, hasta que el equilibrio hace cambiar todo. Cuando aumenta la temperatura, el mundo suda más. El aire exige agua de la superficie, que cede su humedad al sediento cielo. Los océanos pueden gestionar sin problemas el aumento de la demanda. Pero en la tierra, el agua se almacena en el suelo como en una esponja. En un planeta más cálido, cuando llueve, cae un aguacero, sufrirá sequías, pero también inundaciones. Son la señal de la injerencia humana.

Y esto ocurre a consecuencia de los gases de efecto invernadero, que actúan igual que los paneles de cristal de un invernadero, dejando pasar a través de la troposfera la luz, la radiación infrarroja y parte de la radiación ultravioleta del sol. Esto es el efecto invernadero. Es lo que nos explica Kate Marvel, científica del clima en la Universidad de Columbia y en la NASA, en un artículo titulado “Sequías e inundaciones”. Son los efectos del cambio climático, que por mucho que algunos nieguen, es la realidad que nos amenaza día a día.

En una entrevista realizada a Joaquín Páez, presidente de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, el pasado 22 de marzo, nos dice que el 95% de los andaluces que beben de los embalses del Guadalquivir no tendrán problemas de abastecimiento a corto plazo, gracias a las últimas lluvias, que han aportado 300 hectómetros cúbicos de agua a los embalses, y a las obras de emergencia que ha ejecutado el organismo de cuenca.
Pero también nos habla de captar agua directamente de los ríos, tanto del Genil, como del Guadalquivir, si los embalses bajan más de lo debido. Aunque donde sí ve un problema importante y preocupante es en la agricultura, pues aparte de lo aportado con las últimas lluvias, harían falta otros 1.400 hectómetros cúbicos para tener una campaña de regadío normal.

Greenpeace habla de enderezar la insensata política hídrica de este país e ir a la principal raíz del problema: el destructivo sistema agroalimentario predominante, pues el derecho al agua por parte de los sectores productivos e industriales no debe anteponerse al deber de las administraciones de mantener la calidad del agua y el medioambiente. Para ello proponen frenar el crecimiento de las demandas de agua de regadío, industrial y de ocio, para que se adapten a la reducción de caudales disponibles como consecuencia de los efectos del cambio climático. Pero también reclaman dejar a un lado los grandes trasvases y obras hidráulicas; luchar contra las causas de la grave contaminación que sufren las aguas continentales, incrementar la superficie destinada a la agricultura ecológica y el uso de variedades locales adaptadas al clima; reconvertir el regadío intensivo a explotaciones sostenibles, diversificadas y de bajo consumo de agua; prohibir nuevos proyectos de ganadería industrial; apostar por una dieta de salud planetaria y el consumo de productos de origen vegetal, ecológicos, de temporada y locales; cerrar el millón de pozos ilegales; adaptar las políticas forestales a las necesidades del país más árido de Europa y frenar las instalaciones de ocio muy demandantes de agua, como los campos de golf, parques temáticos y estaciones de esquí.

Sobre este último asunto y de la batalla por el agua en las faldas de Sierra Nevada entre agricultores, ecologistas y la estación de esquí, nos habla Francisco Carrión en un brillante artículo en El Independiente, también del pasado 22 de marzo. Como en el mismo se recoge, la agricultura es imprescindible y las acequias son necesarias para la conservación del paisaje. Y esto puede entrar en conflicto con la ampliación de la estación de esquí mediante la producción de nieve artificial que pretende Cetursa. Preservar los intereses de unos y otros, teniendo en cuenta que la estación de esquí aporta una importante cantidad de valor añadido en la provincia, pero también la agricultura, que representa el 7% de este PIB, va a ser la tarea que se deberá abordar en los próximos años entre todas las partes interesadas.

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