Europa, una crisis sin catástrofe creadora

Lo menos que se puede decir de la situación actual de la Unión Europea es que atraviesa una crisis profunda, pero una crisis que, al contrario de las crisis habituales, no parece que vaya a dar como resultado una catástrofe creadora en el sentido originario de una morfogénesis, de una refundación, de la generación de una forma nueva. Las crisis son cortes, decisiones, en los que surge algo nuevo a partir de lo antiguo. Pero hoy por hoy se podría decir que el proyecto europeo entendido como la pretensión de servir de puente entre oriente y occidente, entre occidente y el mediterráneo, como el intento de establecer una conexión con África y Oriente Medio ha saltado por los aires. A partir de la decisión que apostó por la ampliación del ámbito de la Unión frente a su profundización política, económica y social, el proyecto europeo quedó herido de muerte. La incorporación de los países del centro y el oriente de Europa introdujo una serie de países que como repulsa de su anterior pertenencia al bloque soviético eran a la vez proamericanos, antieuropeos y antisocialistas. Esta ampliación no supuso solo un desequilibrio económico, ya que estos países eran relativamente pobres y recibieron la mayor parte de los recursos de la Unión que antes iban a países como España, Irlanda, o Grecia, sino también un desequilibrio político, ya que estos países solo concebían Europa como un mercado y no querían profundizar la unión política y social. Además en política exterior eran proamericanos y virulentamente antirrusos. Esta incorporación además de suponer una cierta amenaza para la Federación Rusa, amenaza que ha conducido a Rusia a la invasión de Ucrania, alejaba la posibilidad de un giro social, verde y socialista en la Unión Europea. Estas tendencias se han desatado los últimos años a partir dela guerra de Ucrania que ha dinamitado la política de cooperación pacifica con Rusia que costó tanto organizara Alemania, que ha revitalizado a una organización como la OTAN que había dejado de tener sentido una vez desaparecido el Pacto de Varsovia, y ha supeditado de forma inédita la política exterior y militar de la UE a los Estados Unidos.

Europa no es un dato, es un proyecto.No es una cosa sino un equilibrio, como decía Ortega. La Europa moderna surge en el siglo XVII como un conjunto de estados que establecen un equilibrio metaestable de poder entre sí para superar las terribles consecuencias de las guerras de religión. Europa, desde su origen, ha sido una unidad en la diversidad, más un archipiélago que un continente unificado, como nos recuerda Cacciari. La idea de Europa tiene un uso descriptivo y un uso normativo. Por un lado, desde el punto de vista geográfico es un cabo, un extremo de Asia que ha buscado siempre separarse de su matriz; en el Mediterráneo es todo lo que se encuentra al norte de Creta, lugar al que llevó Júpiter a la princesa fenicia Europa tras su rapto. Por otro lado, la idea de Europa tiene un uso normativo que la identifica con la modernidad y la revolución. Europa es un resultado histórico y un proyecto a construir. Es el lugar de la memoria y el lugar del porvenir. Entre los significados etimológicos de Europa, junto con la idea de occidente, de atardecer, que ha permitido considerarla como la tierra del ocaso, como Hesperia, la tierra vespertina, lo que le añade la idea de oscuridad y de cercanía a la noche, me parece muy iluminadora la interpretación de Europa como “cara dilatada” o, de forma metonímica, de “mirada amplia”, combinación de eurus dilatado y ops, mirada y cara.

Europa siempre ha mirado a lo lejos, fuera de sí misma, solo ha aceptado un confín, una frontera, para traspasarlo e ir más allá, Plus ultra.Para Paul Valery, Europa se define por la voluntad y desmesura de intentar imponer a todo la medida de lo humano desde un centro que sirve de patrón de medida. El problema es que esta uniformización de lo plural supone la cuestión del resto, ya que no hay universal sin resto. Europa sigue más el modelo alejandrino y el de Roma que es su sucesor que el de la Grecia clásica basado en la autoctonía,se ajusta a un modelo plural como el romano que conjugaba distintas etnias, distintas culturas, distintas religiones bajo el manto de una ciudadanía compartida, un derecho común, una red de caminos que unificaba la pluralidad de los espacios sometidos. En el medioevo se enfrentaron dos modelos de Europa: el alfonsí propugnado por Alfonso X y sus sucesores basado en la convivencia de las tres religiones; y el Trastámara impulsado por Cluny y el Cister de una Europa solo cristiana, sin mezclas, volcada en la cruzada contra el infiel. Modelo retomado por Fernando el rey católico que se tomó a sí mismo como el príncipe de las profecías milenaristas, el rey unificador de la Europa cristiana y el relanzador de la cruzada para tomar Jerusalén y el norte de África como continuación de la reconquista de la Península Ibérica. El modelo milenarista se proyectó después hacia Cisneros y el emperador Carlos.

Europa se apoya en cinco fundamentos, en cinco raíces principales: Grecia, con su defensa de la curiosidad intelectual, con su crítica del mito por parte de la filosofía lo que supone la sustitución de las imágenes míticas por el concepto,con la creación de la democracia, es el zócalo inicial sobre el que se sustenta Europa. La segunda pieza fundamental es Roma, con su red de calzadas que articula el espacio europeo y con el derecho romano como racionalización frente a la costumbre; también es romana la exigencia de una expansión continua de una ciudad que se quiere transformar en mundo, una urbs que deviene orbis. Después se añade la tradición germánica que aporta el individualismo, la apuesta por la independencia individual. El cristianismo, a pesar de la pluralidad religiosa y la secularización, ha sido otro de los elementos fundadores de Europa, una Europa que antes de ser Europa fue la Cristiandad; una Cristiandad impulsada por Carlomagno y consolidada por la órdenes religiosas, como Cluny o el Cister. El capitalismo también ha sido un elemento diferenciador del proyecto europeo y debidamente controlado políticamente puede ser mantenido como elemento dinamizador económico. Por último, la idea de revolución, como cambio permanente, como anhelo de superar todos los límites, como un viaje indefinido que no es un viaje con retorno, un nostos, una vuelta a casa como el de Ulises, sino más bien un éxodo permanente en búsqueda de una tierra prometida de la que no se sabe nada. El Ulises europeo no es el que vuelve a Ítaca, al hogar, a la patria, sino el que describe Dante en la Divina Comedia que no vuelve sino que sigue su viaje de manera continua.

Es precisamente esa carencia de arraigo, esa apertura indefinida hacia lo otro, lo que hace que Europa no se pueda definir por un ethos, es decir, por unas costumbres comunes, ni por un mito fundacional base del ethos, en tanto que forma de vida y espacio compartido. Europa no tiene un ethos común, ni un etnos, es solo el proyecto de un demos, de un pueblo, no dado , sino siempre por venir, siempre por construir. El espíritu europeo no está nunca en casa, no está en el inicio, sino siempre en camino hacia sí desde lo ajeno. Europa es el resultado de un viaje, pero no un viaje de ida y vuelta como el de Ulises sino de un viaje siempre abierto, una errancia permanente. Un éxodo en búsqueda de una Ecumene frente a cualquier reivindicación de autoctonía. Es una individualidad que se abre a la ciudadanía universal.Félix Duque ha definido al europeo como aquel que cree en la razón universal y desconfía de su tierra natal, situándose en la línea de Nietzsche, otro gran europeo, carente de patria natal, siempre en busca de un hogarcomún que aún no existe, que rechaza la idea de autoctonía y minimiza lo nacional alemán . Ese hogar común que ha de ir más allá de la modernidad considerada como una patria mítica y abstracta se ha de crear mediante la reconfiguración (Umschafung), entendida como condensación y transformación de diferencias.

Podríamos definir Europa a partir de varias características específicas suyas: los cafés como lugar de convivencia y de intercambio político y cultural, al contrario que el pub inglés o el bar americano, como lugares de surgimiento y desarrollo de la opinión pública. El paisaje urbano que tiene una escala humana que lo hace paseable. La memoria histórica siempre presente en las calles, proyectando un tiempo histórico más que cronológico. Las raíces comunes en Atenas y Jerusalén, la filosofía, la democracia, el individualismo, la apertura a la trascendencia. Por último, la conciencia de apocalipsis: la tragicidad del tempo europeo hace que su desarrollo vertiginoso genere un torbellino, un maelstrom, que siempre nos sitúa al borde del abismo. También se han considerado elementos de la identidad europea las calzadas, las termas y los teatros romanos como determinantes de una forma de vivir; las rutas de peregrinaje, a Roma, Santiago o Jerusalén; los colegios de jesuitas que desplegaron una red de formación de las élites a escala mundial: los teatros de ópera como símbolos de la cultura burguesa; la escuela, como la forma de construir una cultura cívica común a través de la lengua unificada y una especie de religiosidad civil que sirva de cemento a la sociedad.

Edgar Morin ha planteado en sus reflexiones sobre Europa la dificultad de pensar lo uno en lo múltiple, lo múltiple en lo uno; la dificultad de pensar la identidad en la no identidad. Y ha establecido dos principios que han marcado el despliegue de la idea de Europa: el principio dialógico y el principio de recursión: la apertura al otro y la aplicación siempre renovada del principio sobre si mismo. La articulación compleja de estos dos principios con dos lógicas diferentes en una unidad ha dado lugar a una serie de procesos generadores y regeneradores en los que cada momento es producto y productor de otros momentos mediante un bucle espiral autogenerativo que se despliega en forma de torbellino.

La definición de Europa ha sido más espiritual, más cultural que geográfica o incluso política. Por ejemplo ,para el gran europeo que fue Erasmo Europa erala patria ideal común a todos los hombres civilizados; un área cultural y un poder espiritual más que político. Una concordante discordia y una variedad que tiende a un ideal común. Esta concepción espiritual y ética de Europa hace que para Erasmo, como para otros pensadores de la época como Vitoria por ejemplo, más que desarrollar una guerra contra la anti-europa, que en aquellos años se presentaba en la forma del Imperio Otomano que atacaban Viena y controlaba el Mediterráneo, lo que había que hacer era una reforma ético política con base religiosa que acerque la política europea al ideal y entonces con ese ideal intentar convencer a los adversarios de nuestras bondades y así convertirlos. El pacifista convencido que fue siempre Erasmo decía que solo defienden las guerras quienes no las habían padecido, y afirmaba que “Hoy, somos malos que combaten a malos”. Esa frase tiene hoy una resonancia trágica por su exactitud.

La idea de Europa como un poder espiritual, intelectual, que también retomó el último Husserl analizando la “crisis de las ciencias europeas”, hace que haya que distinguir entre cultura y civilización, entre el genio específico de un pueblo determinad y la civilización que puede extenderse a otros pueblos y otras culturas precisamente por su universalidad.Husserl distingue entre el Umwelt,el mundo como entorno general, común, como el horizonte de comprensión global de la realidad, y el Heimwelt, mundo étnico, lo propio de cada uno, su patria chica, el entorno familiar. Europa ha proyectado en el mundo sus aspectos universales, como la ciencia o la democracia, más que los propiamente europeos, particulares. La discusión sobre el eurocentrismo de elementos de origen europeo como la ciencia, la democracia, o los derechos humanos ha de tener en cuenta la diferencia entre el contexto de surgimiento y el contexto de validez. Estos productos culturales son europeos en tanto que han surgido en Europa o en sus expansiones americanas, africanas o asiáticas, pero no lo son desde el punto de vista de su validez que trasciende su origen y permite su aplicación en diversos contextos históricos y culturales. La particularidad europea de estos fenómenos se limita a su lugar de origen no a su posible aplicación en diversas culturas y tiempos. Esta distinción tiene su aplicación también en relación con el problema de la adaptación de los inmigrantes a los contextos occidentales. Se les puede exigir la aceptación de los contenidos universales de la civilización europea, la ciencia, la democracia, pero no la asimilación de la particularidad delas culturas europeas, es decir de las formas de vida y de las diferentes concepciones de la vida buena. Hay dos extremos perniciosos: la asimilación completa y el multiculturalismo excluyente. Es más productivo un interculturalismo basado en el diálogo y la traducción mutua de las distintas culturas.

La falta de un ethos común europeo se corrobora por la falta de mitos fundacionales de Europa, como ha puesto de relieve Cacciari. Todo ethos se basa en un mito fundacional que no solo alude a su comienzo temporal sino a su inicio, a su origen ontológico, a su principio, que es aquello de lo que algo surge y que se mantiene como su esencia lo largo del tiempo y no solo aquello en lo que algo surge. Los mitos europeos no son mitos propiamente dichos, son obras de arte. No configuran un ethos, un sitio donde vivir. Son mitos de viaje, de un viaje no circular, un viaje que no es un nostos, que no genera nostalgia, que es un viaje no a un mundo concreto sino a un lugar utópico, un no lugar ,donde no se puede vivir y que no se parece en nada a lo que se deja atrás. Son mitos antiethos, basados en la errancia continua. El Ulises de Danteno vuelve a Ítaca. Los héroes europeos son antihéroes: el Quijote, Fausto, don Juan, son héroes del fracaso y la derision en su búsqueda de lo sublime y lo absoluto. Son el resultado no de la afirmación de una seguridad sino, por el contrario, la muestra de una problematización generalizada de la ética convencional, de las costumbres, del saber tradicional.

Como conclusión, y de cara a las próximas elecciones al Parlamento Europeo, vemos como la actual crisis europea va a enfrentar una visión de Europa a la defensiva, temerosa, y preocupada por salvar la propia identidad y por reforzar los Estados nación en detrimento del proyecto europeo global, y otra posición más europeísta, más preocupada por el desafío del cambio climático y que aspira a que Europa desempeñe un papel central en el concierto mundial en la defensa de la paz y los derechos humanos. Estas elecciones también pueden hacer bascular el actual compromiso entre conservadores, liberales y socialistas hacia una nueva mayoría que conjugue a los conservadores con los partidos de la extrema derecha defensores de la OTAN, nada sería más peligroso para el equilibrio en Europa. Nos jugamos, pues, el futuro del proyecto europeo y la posibilidad de que la actual crisis no se estanque o retroceda en un sentido antieuropeísta sino que evolucione hacia una morfogénesis capaz de hacer surgir una nueva Europa a la altura de sus principios fundadores universalistas, solidarios y pacifistas.

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