Mi agradecimiento al Consejo General del Poder Judicial

Mi gratitud, quiero manifestar, al Consejo General del Poder Judicial. Agradecimiento que no puede constreñirse a un mero reconocimiento convencional. Más bien, debe convertirse en un susurro de gratitud hacia los jueces que, en las recientes semanas, se han inmiscuido de manera activa en el intrincado laberinto político que España atraviesa. No como simples individuos, sino como instituciones en sí, algunas colectivas y otras individuales, donde se fusionan deseos personales y, simultáneamente, ideologías profundas que ansían dejar su huella y modificar la voluntad de los demás, los más.

Así, somos testigos de pronunciamientos políticos procedentes de un órgano que parece desoír con desdén constante las páginas de la Constitución (no olvidemos su situación de provisionalidad). El Consejo General del Poder Judicial, en un acto que se asemeja más a un preámbulo ideológico que a una declaración basada en hechos concretos, se permite opinar sobre una ley que aún no existe. Una declaración que se vierte políticamente, cuando su deber es pronunciarse sobre lo que es, y el porvenir que resulta de lo que es, no sobre lo que no es, ni sobre el porvenir que creen intuir va a ser.

Lo mismo se puede decir de las intervenciones a las que algunos jueces nos tienen acostumbrados. Casi no encontramos proceso electoral en el que, de manera oportuna, no aparece una sentencia concreta sobre unos hechos concretos que, ya extemporáneas, resulta favorecer de manera directa a una de las partes que está en la arena electoral y, que de manera regular, es la más situada en el ala ideológica de la derecha. En Andalucía hemos padecido esto en los últimos 25 años de manera reiterada. Por ello, mi agradecimiento se extiende a estas instituciones.

Mi agradecimiento porque estas posiciones y pronunciamientos no hacen más que exponer la necesidad inminente de un gobierno progresista en España.

El dejar el camino libre para que estas posiciones ultraconservadoras y que en nada respetan la separación de poderes ni los deseos de los electores mostrados en las urnas, nos hace ver y pensar en la necesidad de un gobierno que se vuelque en defender los derechos y libertades conseguidas, y sea un dique de contención ante tanto involucionismo.

Después, una vez que empiece la labor de gobierno, con el tiempo, podremos juzgar y analizar críticamente qué se hace desde el gobierno; podremos ver los claroscuros de las decisiones gubernamentales, aplaudiremos algunas leyes mientras otras permanecerán en cuarentena y otras repudiaremos. Pero podremos, desde el diálogo y con un gobierno con ideales de progreso, estar protegidos del involucionismo y las posiciones exacerbadas.

Hoy, a la vista de los pronunciamientos de los de siempre, es evidente que la formación de este gobierno se vuelve una urgencia apremiante, una escollera frente a la marea reaccionaria y neoconservadora que amenaza con socavar los avances sociales logrados en las últimas décadas en España.

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