Tengo miedo

En los 70, los mayores advertían sobre unos peligros que la juventud no percibía ni creía posibles más allá del imaginario colectivo de un país que esperaba impaciente la muerte del dictador. Se hablaba de detenciones ilegales, de torturas en lóbregos cuarteles, de palizas a manos de los “hijos del régimen” y de ruina para toda la familia si uno de sus miembros era señalado por las fuerzas de seguridad o por las fuerzas vivas del pueblo que incluían al funcionario municipal, al boticario, al maestro y al cura que pasaba lista en misa.

A finales de los 70, resultó que el funcionario municipal lucía una bandera verdiblanca en la solapa, que el boticario publicaba artículos en la prensa ensalzando la democracia, que el maestro leía poemas de Blas de Otero en clase y que el cura fue trasladado a una aldea por ceder el salón parroquial para reuniones sindicales. En su guarida, hienas y lobos lamentaban la Constitución recién aprobada, apretaban los dientes por la legalización del PCE y ponían sus garras esperanzadas al servicio de Fraga, Blas Piñar o Juan Carlos I.

En apariencia, no pasó nada y, poco a poco, la calle entró en una nueva normalidad, aunque los muy mayores seguían advirtiendo de esos peligros que sólo su experiencia pasada y reciente era capaz de percibir en el ambiente juvenil del posmodernismo, una época de euforia social, política, económica y cultural. “¡Cuidado con esos, aunque parezca que no están!” era una de las advertencias que movían a risa cuando no eran desoídas. Los mayores tenían miedo mientras España bailaba al calor del amor en un bar.

Han pasado más de cuarenta años y, desde hace unos veinte, desde que Aznar exigió una derecha sin complejos, los supervivientes de la posguerra sienten el bocado amargo de la historia reciente en sus memorias y su presente. ¿Una derecha sin complejos? “Sí –decían los mayores–, Fraga vive, el dictador no ha muerto” y las nuevas generaciones los miraban como a juguetes averiados, como a viejos cascarrabias que chochean en su ocaso, vencidos por un mundo globalizado invadido por las nuevas tecnologías.

Aquellos mayores de los 70 han muerto o están desactivados y los jóvenes de los 80 están descubriendo en 2023 que los peligros eran reales, que la derecha sin complejos ha pervertido la palabra Libertad y amenaza con dinamitar los cimientos de la Democracia. Sin complejos ondean los trapos de la dictadura, se oyen proclamas de la dictadura, se incita a la rebelión ciudadana, se reclama la sedición de los cuerpos de seguridad y se exhiben fuegos y adoquines como argumentos para el odio profundo heredado de la dictadura.

Los de Abascal y los de Ayuso, los de Aznar, los de Fraga, el neofranquismo, están ahí, en las calles, llamando a incendiar España como Nerón, como Hitler, para culpar a cristianos, a judíos, a las víctimas. Ya lo están haciendo. El odio a catalanes y vascos ha prendido en una población, narcotizada por la derecha mediática y la militancia extremista de la Justicia, con un único objetivo: que no gobierne en España nada que no sea la derecha. Ya han señalado un culpable de su violencia y sólo esperan una víctima mortal.

La extrema derecha de Abascal y la radical de Ayuso están abrazando el terror como estrategia para conseguir lo que las urnas les niegan. Dan miedo, mucho, pero más miedo da el apoyo al extremismo radical y violento por parte de la masa manipulada a la que no parece importarle repetir el capítulo más negro de la historia de España. La juventud, como en los 80, desdeña el peligro, desoye las advertencias y no quiere oír hablar de conocer la historia, sólo parece preocupada por las redes sociales y el reguetón. Da miedo.

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