¿A dónde vas, Europa?

Ante una idea evidente, buscar otra idea (R. Leenhardt en Una mujer casada de J.L. Godard)

La pregunta por Europa no es solo una pregunta geográfica, ni siquiera solo una pregunta histórica si no que la pregunta por Europa es una pregunta filosófica, es transcultural por su pretensión de universalidad. Lo que denominamos Europa es un conjunto de ideas, valores y formas de actuar que se ha desplegado por el mundo a lo largo de la modernidad, de manera tal que podríamos identificar el proceso de europeización del mundo con el proceso de desarrollo de la modernidad. Ser moderno se ha identificado con ser europeo para la mayoría de las culturas del mundo, que han sufrido dicho proceso europeizante ,bien por conquista o bien por impregnación inconsciente o copia consciente del modelo europeo. No solo la colonización ha sido el mecanismo de la europeización, también han funcionado mecanismos de asimilación voluntaria de dicho modelo, como sucedió en Japón, China o Turquía, por ejemplo.

Asia y Europa comparten un origen común. El origen de Europa es una decisión, un corte, una crisis, que separa Europa de Asia. Europa solo es una parte; es el cabo más extremo de Asia. Asia es lo ilimitado mientras que Europa es el límite. Asia es el despotismo, Europa la libertad. Europa se define por sus límites como una parte frente al todo asiático. La reflexión sobre el sentido de Europa nos remite a ese otro del que Europa se separó, se decidió. La vuelta sobre nosotros mismo solo es posible cuando nos enfrentamos a la aparición incancelable del otro respecto del cual nos separamos. La definición y confirmación del carácter propio exige la confrontación con lo otro que se nos muestra como una unidad abstracta e inmediata.

El legado europeo tiene dos aspectos: uno particular y otro universal; uno basado en su mundo entendido como entorno familiar, como mundo circundante, fundado en sus dioses, sus costumbres, sus gustos peculiares; y otro que busca un mundo global y general entendido como un horizonte válido para todos los hombres, universal, liberado de la tradición, que se basa en una idea de verdad universal, unitaria, válida para todos y que ya no tiene coloración idiosincrásica alguna.La tradición europea consiste precisamente en romper con la propia tradición en búsqueda de un horizonte global, universal. Es precisamente la construcción de ese mundo global lo que buscaba la filosofía desde su origen en Grecia, rompiendo con los mitos y las costumbres particulares griegas en búsqueda de una verdad única y universal. La filosofía surge desde su origen griego como un pensamiento universal y racional liberado de la religión y la costumbre. Es precisamente el aspecto universal de Europa lo que se ha extendido por el mundo y ha contaminado el resto de las culturas, mientras que lo particular no ha tenido esa difusión.

También habría que recordar aquí la distinción entre el contexto de surgimiento y el contexto de justificación. Según su surgimiento la ciencia moderna por ejemplo es europea porque tuvo su origen en Europa, aunque ahora se produce también fuera de Europa e incluso fuera de occidente, en China, en India, en África por ejemplo. Pero según el contexto de justificación la ciencia moderna no es europea sino universal ya que cualquiera puede reproducir sus experimentos si dispone del instrumental adecuado independientemente de su cultura, su lengua, su raza, su religión. La cultura europea ha podido superar su particularidad en aras de una universalidad de la que no gozan otras culturas que no han sido capaces de romper con sus raíces originales. El sentido de Europa como idea y como ideal no es pues la cultura europea en tanto que particular, sino las aportaciones universales que ha hecho Europa. El aspecto universal de la cultura europea tiene como referente el sentido del mundo como horizonte último común a todos los hombres, mientras que el aspecto particular de dicha cultura se refiere al mundo particular de la cultura europea, su aspecto étnico por así decir. Esta distinción entre la cultura europea como cultura particular y sus pretensiones universalistas que rompen su propio marco cultural es esencial, por ejemplo, en relación con el grado de homogeneidad que se puede exigir a los inmigrantes de otras culturas. Parece lógico obligarles a admitir los aspectos más universales de la cultura europea, como los derechos humanos y la democracia, pero sería excesivo obligarles a admitir nuestra lengua, nuestra religión, nuestros hábitos culinarios y sexuales, etc. Retomando las ideas de los contractualistas contemporáneos se puede decir que todos los habitantes han de asumir una idea única de justicia, y en cambio es posible una pluralidad de formas de vida, una diversidad de concepciones acerca de lo que es la vida buena en sus aspectos privados o familiares. Tan errado sería defender un asimilacionismo total, como defiende la extrema derecha xenófoba y racista, como admitir una pluralidad de concepciones de justicia, como defiende el multiculturalismo, que parte de la idea de la sociedad como un conjunto de culturas cerradas que coexisten en el mismo ámbito espacial sin compartir las mismas leyes ni siquiera un mínimo de valores comunes.

Europa se ha mostrado siempre a lo largo de toda su historia como una búsqueda incesante; su sede no se ha establecido nunca en el espacio que le asignaban sus confines; su ámbito se le ha mostrado siempre como algo que alcanzar. El sentido de Europa no es algo ya poseído; sus características en cada momento se han experimentado como pasajes a otra cosa, como movimiento incesante, sin reposo. Dicho sentido no se muestra como el dominio pacificado de un ámbito definido, sino bajo la forma de una errancia continua en búsqueda de algo nunca completamente poseído. Europa se ha configurado siempre más como promesa futura que como posesión presente de una herencia recibida sin conflicto. Europa se ha vivido desde su origen como “la conjetura de una patria ausente”, como nos recuerda Cacciari. Europa como proyección continua hacia el futuro es su propio ocaso, su propio occidente, su propia apertura y superación sin fin, su conclusión y maduración, su ida hasta el fondo, su cumplimiento. El ethos europeo, su forma de ser esencial, el lugar en el que habita, es el de la pregunta que nunca cesa, el del interrogar sin parar. Como decía ya Agustín, según nos recuerdan Zambrano y Jarauta, somos los que preguntamos, los interrogantes, los que buscamos la conclusión, el ocaso, el esjaton, desde el principio, desde el origen. La interrogación constante supone también el sacrificio continuo de todos los valores adquiridos, su conclusión-ocaso-cumplimiento-superación, para permitir que advengan valores nuevos. Solo el que afronta la decadencia y el ocaso se abre a lo que adviene, al futuro, a un nuevo inicio. La misión de Europa es su superación y el vano intento de conservar sus valores sin cambio le hace olvidar su propia esencia y verdad que es la apertura continua; este conservadurismo entraña ausencia y pérdida de la propia esencia. La consumación del proyecto europeo supone el contragolpe de Europa contra sí misma, la apuesta por su aspecto universal en detrimento de su aspecto étnico más idiosincrático. Nuestra hora, la hora europea, es la hora de la conclusión, del ocaso. Dicho ocaso no significa renegar de si misma sino más bien, reconocer el propio fondo y escucharlo y obedecerlo, cumpliendo así su destino más íntimo, el perderse a si misma para renacer en lo otro. El interrogar conjeturante antes que la afirmación dogmática de una verdad cerrada e incuestionable. Esto que hoy parece imposible es el único futuro para Europa.

Estas reflexiones sobre el sentido de Europa son hoy particularmente relevantes ya que dos acontecimientos inesperados y catastróficos, la pandemia y la guerra de Ucrania, han puesto a Europa, y más en concreto a la UE, ante la coyuntura de tener que recapacitar sobre su pasado inmediato y sobre todo ante la exigencia de definir su trayectoria futura. La caída del bloque del Este en los años 90 abrió la posibilidad de transitar de un mundo bipolar hacia un mundo multipolar pacífico y colaborativo, pero la lectura de dicho acontecimiento como una victoria de un bloque sobre otro abrió también la posibilidad de un mundo unipolar en el que una sola potencia, los Estados Unidos, definiera las reglas globales del juego manteniendo a los otros actores, la UE, Rusia y China fundamentalmente, como meros subordinados. La unificación mundial entendida como un único mercado capitalista favorecía dicha impresión. Tras la caída del muro de Berlín la UE se encontró ante una encrucijada: o profundizar su integración económica y política o expandirse hacia el Este integrando los países excomunistas del centro y el este de Europa. Se decidió por esta segunda opción a la que contribuyeron por un lado los sueños alemanes de reeditar el imperio ausburguico mediante una extensión hacia el Este; por otro los deseos de europeización delos países excomunistas; y también los deseos norteamericanos de introducir en Europa una serie de países furibundamente anticomunistas y proamericanos, con grandes déficits económicos y democráticos, para evitar una rápida integración europea y la conversión de la UE en una potencia mundial autónoma. Hay que reconocer que a este proyecto americano contribuían decisivamente las élites económicas europeas muy reticentes a dar pasos hacia la integración política europea y que pretendían mantener la UE como un simple mercado ampliado. Una Rusia muy debilitada como potencia mundial por la sumisión de Yeltsin a los dictados de Estados Unidos y una China que iba despertando muy lentamente completaban el panorama. En este marco se produce la intensificación de la Ostpolitik alemana de colaboración económica y sobre todo energética con Rusia en la idea, que también defendió De Gaulle en su día, de una Europa hasta los Urales. En ese contexto la OTAN parecía que no tenía ya ningún papel dada la desaparición del Pacto de Varsovia y la conciencia de que los conflictos futuros, fundamentalmente contra el terrorismo islámico, quedaban fuera de lo escenarios geográficos y de la geoestrategia que había dominado la OTAN en tanto que compromiso atlántico de defensa de Europa frente a una hipotética invasión rusa.

Los dos acontecimientos aludidos antes conmovieron de forma radical este escenario. En primer lugar, la pandemia facilitó una integración europea más solidaria y armónica de lo que había sido la respuesta a la crisis anterior . Una respuesta sanitaria común centrada en la producción y distribución coordinadas de las vacunas y la implementación de una serie de medidas económicas solidarias entre todos los miembros de la UE contribuyeron a integrar políticas económicas y fiscales inéditas hasta entonces. De todas formas solo el futuro podrá decir si estos cambios han sido puramente coyunturales o si se van a consolidar de forma permanente. Hay que recordar que esta integración nunca ha sido querida por las élites europeas defensoras del juego libre del mercado y por ello no se pueden considerar como descontadas para el futuro. De forma paralela la guerra de Ucrania ha reforzado de forma inesperada el papel dela OTAN con lo que esto implica de subordinación europea frente a Estados Unidos y la eliminación de su autonomía en relación con su principal aliado poniendo en peligro además las relaciones económicas y energéticas con Rusia.

Llegados a este punto ¿qué tendría que hacer la UE si quiere mantener una voz autónoma en el concierto mundial y a la vez colaborar a la paz y el desarrollo? En primer lugar, ofrecer de acuerdo con Ucrania y Estados Unidos, una oferta de paz razonable a Rusia que permitiera un alto el fuego inmediato. Esa oferta tendría que ofrecer una seguridad duradera a Rusia y a la vez a Ucrania que tendría que contemplar la aplicación de los acuerdos de Minsk lo que incluye una autonomía para las repúblicas del Donbas, el reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea, un plan de integración paulatina de Ucrania en la UE cuando cumpla los requisitos necesarios, el compromiso por parte de Ucrania de no integrarse en la OTAN ni albergar bases militares extranjeras en su territorio, la libre circulación marítima por el mar Negro y un plan de reconstrucción de las zonas afectadas por la guerra. De igual manera se restablecerían las relaciones comerciales y energéticas entre Rusia y Europa, abriendo los gasoductos actualmente cerrados. La forma de consolidar lo anterior sería reconsiderar las últimas decisiones de la OTAN respecto a Rusia y China y sustituirlas por ofertas de colaboración pacífica y no de confrontación. Habría que replantearla política europea en África con el objeto de que el vacío dejado por las fuerzas francesas en el Sahel no sea ocupado por los islamistas, ni por los mercenarios rusos. Estas medidas tienen que integrarse en un tratamiento global del problema de los refugiados que pasaría más por hacer inversiones en los países de origen para dar credibilidad a la política europea que por proteger estados tampones, con grandes déficits democráticos, como Marruecos, Turquía o Polonia que son los verdaderos ganadores, junto con Estados Unidos, de esta situación. Lo primero que hay que hacer en una guerra es intentar pensar la paz futura y eso pasa por buscar un alto el fuego y la apertura de negociaciones más que por buscar una derrota, muy improbable de Rusia. Dicha derrota, de producirse, lo único que haría seria retrasar unos años una nueva guerra al cerrar en falso el conflicto.

El riesgo máximo actualmente reside en la famosa trampa de Tucídides, según la cual, la potencia declinante, en este caso los Estados Unidos, desencadena guerras preventivas contra las potencias emergentes como China, o residuales pero todavía muy potentes como Rusia ,y además lo hace de tal forma que sea la otra parte la que inicia las hostilidades por falta de voluntad negociadora.

En la mano de la UE está todavía la posibilidad de corregir el camino de la guerra y luchar por el establecimiento de una paz duradera o secundar a Estados Unidos en sus ansias de consolidar lo que interpretaron como una derrota de las potencias adversarias y que ha sido solo un paréntesis que ha permitido el rearme de Rusia y la consolidación de China como gran potencia. Los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad derivados del cambio climático exigen una colaboración mundial para paliar sus efectos destructores y la actual relación conflictiva entre las potencias imposibilita dicha colaboración. La solución propulsada por los Estados Unidos es esencialmente reaccionaria, no solo porque pretende eliminar a las potencias adversarias, sino porque en el marco de la crisis que tal actitud belicista produce se retrocede en los avances hacia una solución ecológica de la crisis climática, con la vuelta al carbón, el petróleo y lo nuclear. Ante la crisis climática y económica mundial solo una respuesta coordinada entre las diversas potencias podrá ser eficaz y, como siempre, el reloj corre, y cuanto más se tarde en corregir el rumbo más larga y dolorosa será la crisis.

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